--Mientras charlan sobre las novedades de la época como los nuevos edificios o el alumbrado público que ha instaurado el régimen porfirista, el carruaje se dirige al teatro donde se presentará una artista de ópera procedente de Europa, un espectáculo reservado sólo para los más privilegiados.
María Amparo: ¿Es ese el teatro?, nunca he asistido a alguna función, me parece tan interesante, gracias Leopoldo. Y pensar que aquí se presentaba la artista mexicana Ángela Peralta, qué privilegio venir aquí, lástima que haya muerto por una enfermedad en el 83, justo el año en que nací. Estoy segura de que aún llenaría los teatros si siguiera con vida, al menos eso dicen mis padres que sí tuvieron el privilegio de verla, decían que era llamada el ruiseñor mexicano, cuánto me hubiera gustado escucharla.
Leopoldo: Sabía que le gustaría, sé que le interesa todo lo que tiene que ver con el progreso y la cultura, así que decidí traerla a ver la ópera extranjera, no es Ángela Peralta, pero es de los mejores espectáculos hasta el momento. . Aunque permítame comentarle que las artistas de los teatros, aunque virtuosas en su arte, dejan mucho que desear en lo moral, porque aparecen en público, andan de un lugar a otro y tienen, todas, una dudosa reputación. Se allegan malas influencias, caen en tentaciones como todas las mujeres que salen a las calles a trabajar, algunas por necesidad, otras por vicio.
--María Amparo considera que Leopoldo se comporta como todo un caballero, quizás no sea tan malo casarse con él, pues incluso ha puesto atención a sus intereses y la lleva a eventos sociales donde no siempre son bien recibidas las mujeres debido a su vestimenta, los grandes sombreros obstruyen la vista, pero por suerte su mamá está a la moda y le dio antes de irse un pequeño sombrerito que no obstruye la vista a nadie durante la función. Pero se siente inquieta con los comentarios que le hace Leopoldo sobre las mujeres, con su insistencia que su lugar está en casa.